domingo, 14 de febrero de 2016

Saboreando el camino

Viajar es un placer. Aunque sea una frase hecha creo que casi todos estaremos de acuerdo en la afirmación. Está claro que hay muchas clases de viaje (de placer, negocios, visita obligada…), pero el simple hecho de salir del paisaje diario y cotidiano ya supone todo un aliciente para emprender el camino, sea cual sea el destino y la motivación.

Hace años que escuché una frase que se me quedó grabada en el alma y que sin necesidad de haberla apuntado en ninguna agenda, recuerdo a menudo en mi vida: “Viajar es como un libro, si no viajas es como si siempre leyeras la misma página”. Aunque algunas hojas, continuando con la metáfora, las he leído alguna vez más de las que me hubiera gustado, en general casi siempre siento ese impulso que me anima a preparar el equipaje y conocer horizontes nuevos. Cruzar fronteras, perderse por carreteras pequeñas y solitarias, idiomas, culturas, costumbres y gastronomía, son razones más que suficientes para mí.

Cualquiera que sea el medio que elijamos y la distancia a recorrer, casi siempre estamos obligados a pasar por gasolineras, estaciones o aeropuertos. Son en estos puntos donde el sentir de una tierra suele estar reflejado como reclamos y souvenirs para el viajero. 


Me encanta parar en esas pequeñas gasolineras colocadas en las travesías de los pueblos que están abarrotadas con todo lo que la comarca ofrece. A menudo son un fiel escaparate del trabajo diario de muchos de sus vecinos y con solo una ojeada podemos hacer una certera radiografía de la industria típica de la zona. A modo de ejemplo, citar que resulta casi imposible no encontrar un expositor con cuchillería en la provincia de Albacete, aceites de oliva en Jaén o naranjas en Valencia.

Casi todas coinciden en mostrar orgullosas los vinos de la tierra, sus chacinas, quesos, dulces y manjares más representativos de la tradición local. Me encanta conversar con los dependientes, que a modo de improvisados cicerones, se ofrecen a hablarnos de las cualidades de unos y otros, con la seguridad de que quien se ha criado cerca del entorno y conoce los secretos y detalles de los artículos. Normalmente los precios suelen estar ligeramente al alza pero bien merecen pagar un poco más si solo estamos de paso y los hemos encontrado a pie del camino.

De esta forma tan autentica y sencilla, me gusta ir llenando mi bolsa de viaje con recuerdos que de seguro no van a terminar cubiertos de polvo componiendo un patchwork imposible en las estanterías de algún mueble, sino todo lo contrario, deseoso de llegar a casa y compartir sabores autóctonos para los cuales no van a faltar familia o amigos  dispuestos a pasar un buen rato.






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